Pensé mil veces en rodearlo,
lentamente, como cuando un león está seguro del miedo de su presa, mirarlo a los
ojos, y que no tuviera más opción que ceder a mis necesidades carnales.
Así era yo, una cazadora. Pero él
era distinto y ya lo sabrán a través de estas líneas.
Lo conocí una tarde de octubre,
cuando los vientos fríos empezaban a caminar entre las calles ajetreadas, acariciando
pequeñas cafeterías locales como en la que me encontraba yo, cuando lo vi
parado frente al mostrador tratando de decidir que pedir de lo escrito en la
pizarra del menú.
Era clienta de ese café, amaba la
intención de tratar a sus pocos clientes como parte de la familia, aunque el
café no fuera el mejor, entendí que me hacía adicta a la calidez en el servicio;
entonces entre tantas visitas verlo por primera vez, me hizo sentir algo en el estómago,
mentiría al decir que mariposas, sólo sé que necesitaba cazarlo.
Pasó algún tiempo antes de poder
hablar con él, mientras tanto había entendido sus gustos si es que podía
decirse así: siempre pedía una bebida distinta, a veces café, a veces te helado,
a veces té caliente, y de combinaciones distintas. Lo que si era constante era
la galleta con chispas de chocolate la cual siempre partía por la mitad y
empezaba comiendo el trozo que se quedaba en su mano izquierda aunque el fuera
diestro. No me juzguen por ser obsesiva pero en estos tiempos los detalles nos
dicen mucho de las personas que nos importan.
Nunca había un expreso doble
cortado, y esa fue mi entrada.
Aquel jueves lo vi llegar como
siempre, pero yo no era la misma, había decidido que era momento de que al
menos nos mereciéramos una sonrisa mutua de buenos días, y me encantaba que quedaran
intrigados, así que opte por comprar su bebida antes de que él lo supiera: un
expreso doble cortado y una galleta con chispas de chocolate partida por la
mitad, y una servilleta que decía: “El
hombre nunca puede saber que debe querer, porque vive solo una vida y no tiene
modo de compararla con sus vidas precedentes ni de enmendarla en sus vidas
posteriores”, ¿acaso debes saber si quieres tomar esto por hoy?. Disfrútalo.
No decía más otra cosa, había
dejado el número de mi móvil a Adriana, la chica de la barra que siempre
atendía y a quien le había dicho que se lo diera sólo si preguntaba por mí una
quinta vez ¿por qué? No lo sé exactamente aún, tal vez porque creo que muchas
personas siguen dichos, se cansan rápido al buscar respuestas, en fin, si él
iba más allá de un “la tercera es la
vencida”, sabría que tendría frente a mí a alguien que busca respuestas a
la vida, respuestas que tal vez yo no tengo, o que yo me canse de buscar.
Tardó en llegar a la quinta vez,
había pasado un año cuando entro una llamada a mi móvil de un número
desconocido.
- ¿Hola?, disculpe pero ¿quién
es? - dije yo.
- Hola, soy Cristian, este número
me lo dio la chica de una cafetería, tú me invitaste un café expreso y una
galleta, ¿me recuerdas? – me dijo el, y sinceramente a veces pienso que hacemos
preguntas estúpidas, una de ellas es el ¿me recuerdas? Que me acaba de citar al
otro lado de la línea.
- Perdón pero tu pregunta de ¿me
recuerdas? La considero absurda, en fin, la verdad es que ya no frecuento ese
café, ni radico en esa ciudad, espero tengas una vida feliz Cristian, y que la
plenitud te abrace, hasta luego – le dije, y era cierto, me había cambiado de
ciudad hace un mes, con un nuevo trabajo de ensueño y con una vida totalmente
distinta.
- Igual yo, y me encuentro en la
misma ciudad que tú, ¿podrías aceptar mi invitación de un café a mi gusto?- me
lo dijo, así, como si fuera más audaz que yo.
Me quede en silencio por un
momento, y acepté, me había ganado, la cazada era yo.
3 comentarios:
Buena! El final me gustó. Que bueno que hayas retomado el escribir una historia OP. :)
disculpe, le dejé un mail, pero no estoy seguro que le llegó, creo que mi botón de seguidores ya sirve, espero vea este mensaje, tenga bonito día.
que mágico :)}
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